¡Oh peregrino del
laberinto que tu sueño encierra!
Cautivo en ti, mil tardes soñadoras, el símbolo adoré de agua y de piedra.
Antonio Machado
Cautivo en ti, mil tardes soñadoras, el símbolo adoré de agua y de piedra.
Antonio Machado
Los viajes siempre tienen algo de hipnótico, te enajenan. El
viaje, el tiempo que dura el trayecto, tiene un algo de preparatorio, de puesta
a punto. Nos concede una pausa; en trance, el cuerpo entra en una nueva fase.
Si te descuidas, si no te relajas y liberas tu mente, si no entras en ese
mecerse del no tiempo y de la sucesión de lugares indefectiblemente te has
entregado al laberinto de tu mente —laberinto que silencia la Voz, esa a la que
se le han concedido tantos nombres y que solo es nuestro subconsciente en
comunicación directa con una trascendentalidad viva y perfecta—.
En cada viaje el exterior me devuelve una serenidad rasa, sus elementos me
restan impurezas. Detenidos, conectamos con el núcleo, renacemos con un nuevo impulso.
Ni una sola vuelta a casa ha sido como las demás.
Algún día quiero llegar desde el mar.
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