Un poco reacia a aumentar mis
lecturas adúlteras del XIX y algo de manía injustificada hacia Madame Bovary me
hizo ignorar el volumen que me regalaron hace ya bastantes años, y que está
ajado de tantas lecturas ajenas. Incluso me sorprendió encontrarme entre sus
páginas la foto dedicada de un chico cuya destinataria no era yo; llegué a
reírme del paralelismo absurdo con el final de la novela, cuando al Señor
Bovary le salta a la cara la foto del primer amante de su esposa. Que mi libro
encerrara tal intimidad de alguien lo hizo menos mío, me separó la lectura
íntima, egocéntrica, y comencé a leerlo con ojos que no eran míos —eran los
ojos de aquella chica, amiga de la facultad y de toda la vida, que había
utilizado la foto de ese chico movida por no se qué razones y que luego olvidó—.
El azar —y el buen gusto de mis amigos del Facebook— hizo que leyera un pasaje que me pareció de una sensibilidad extraordinaria, en el que me pareció entrever una mayor hondura psicológica que en resto de novelas de adulterio que había leído. Reconozco que no creo que tenga esa hondura que creí ver, pero que tampoco creo en el azar, los libros, las enseñanzas, las persona aparecen cuando hay algo de nosotros que se puede anclar a ellas, sino claro que los libros, las enseñanzas y las personas están ahí pero las dejamos pasar. Así el libro vino a mi, ese que jamás pensé leer y del que recelaba consciente e inconscientemente.
Busqué
ese libro para huir un poco de mi, como terapia, además me encantan esos
finales tan románticos en los que muere hasta el apuntador. Pero en él reconocí
mis restos adolescentes, enseñanzas morales que hoy, viernes 24 de agosto del
2012 son válidas y útiles y, sobre todo, vi latir en el libro el camino que al
final todos hacemos, el de la búsqueda de sentido. Tropecé con ese pensamiento
devastador que me sobrevino al final de la adolescencia y que aún no abandono: ¿De dónde venía aquella insatisfacción de la
vida, aquella instantánea corrupción de las cosas en las que se apoyaba?
Flaubert es contundente en todo lo que trata, y casi cruel por verdadero. Su
sobriedad no me impedía imaginar los sentimientos de Madame Bovary, la
intensidad de su amor que comparé con la mía de otro tiempo, su sensibilidad,
su ignorancia, pero a su vez Flaubert me recordaba en cada frase, su terrible
desengaño. Era como confrontar la que fui con la que soy.
Ha
sido una lectura de recuerdos y para el recuerdo. Una afirmación de que voy
bien encaminada, una palmadita en la espalda, una caricia profunda de un
desconocido que conoce lo que sientes. Qué terriblemente únicos y a la vez que
caminos tan parecidos llevamos.
P.S. Ha sido una experiencia
alucinante que moralmente el libro me haya calado y haya reafirmado ideas. Me
he sentido como una mujer del XIX siendo aconsejada y manipulada por la
sociedad del momento —creo que tengo un problema…—.
Dejo una pequeña cita:
Porque los placeres, al igual que los escolares en el patio de un
colegio, habían pisoteado de tal modo su corazón, que en él ya no crecía nada
tierno, y lo que pasaba por allí, más distraído que los niños, ni siquiera
dejaba, como ellos, su nombre grabado en la pared.
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